¡Bienvenidos una vez más, seguidores de Hanami Dango! Por fin ha regresado uno de los animes más esperados y queridos por parte de la comunidad. La tercera temporada de Oregairu nos ha tenido a la espera durante cinco largos años. Así que, a expensas de ver el desenlace de nuestro trío de protagonistas favorito, hoy toca hacer una crítica sobre algunos de los mensajes principales en torno a los que gira la obra.
Yahari Ore no Seishun Love Come wa Machigatteiru o en español Mi comedia romántica juvenil está mal, tal como esperaba, a simple vista puede parecer otro anime más dentro de este género lleno de estereotipos como, por ejemplo, con qué chica se quedará el protagonista o las diferentes situaciones absurdas que ocurren para ganar la risa fácil del espectador.
Pero todo parecido con la realidad es pura coincidencia, ya que la obra se aleja de todos esos convencionalismos para entrar de lleno en varios aspectos que marcan nuestro desarrollo como personas en sociedad. La adolescencia es una vez más el escenario perfecto para desarrollar esos sentimientos que están a flor de piel en nuestros protagonistas, dando una visión realista y madura sobre nuestra forma de conectar con los demás y de mostrarnos tal y como somos.
En esta historia se nos presenta el hecho de que el ser humano necesita ser aceptado para poder sentirse a gusto consigo mismo y querido por los demás. Algo que parece sencillo e inherente en la teoría, pero si os paráis un momento a reflexionar, ¿acaso nunca habéis tenido necesidad de fingir ser alguien que en el fondo no sois para poder encajar o simplemente para poder cumplir las expectativas que tienen sobre vosotros?
Todo esto lo realizamos a veces incluso de forma inconsciente, sin darnos cuenta de hacia dónde estamos avanzando, pero al final suponemos que el fin justifica los medios, ya que únicamente tenemos un objetivo bien claro; debemos alejar de nosotros las palabras más temidas por cualquier persona: miedo y rechazo.
Tres son los protagonistas de esta historia, todos con un pasado diferente, una personalidad única y un temor a una misma realidad. La trama gira en torno a Yui, Hachiman y Yukino en todo momento para que seamos capaces de ver cómo van destruyendo las barreras que les alejan de la felicidad, de aceptarse a sí mismos y, en definitiva, de un tema que ha sido tratado en algunos de los animes más emblemáticos de la historia: cómo debemos abrirnos a las personas que nos quieren para poder sobrevivir.
Por lo que para hacer más fácil la comprensión de estas ideas pensamos que es perfecto partir de una situación que resulta muy familiar para los fans y que todos conocemos, el extraño club de servicio o voluntariado. En este lugar es donde se reúnen tras sus clases para tratar de ayudar a sus compañeros de instituto con los diferentes problemas que les plantean de forma totalmente altruista. Sin ninguna duda, es un sitio que nos ha proporcionado algunos de los momentos más emotivos de la obra. Además, como se suele decir en estos casos, una imagen vale más que mil palabras.

Con un primer vistazo ya podemos entender muchas de las cosas que suceden y empezamos a ver cuál es la situación de cada uno de los protagonistas. Un distanciamiento social a modo de protección que les protege de sus inseguridades y de sus miedos más profundos, una falsa realidad que han creado para aferrarse a algo que intentan ver como una felicidad, que, lógicamente, resulta ser ficticia. Sin embargo, hay un factor que suele producirse en estos casos y es que las personas que más han sufrido son las primeras que no quieren que los demás experimenten lo mismo. Ese es el significado y el propósito del club, evitar que esos sentimientos invadan a sus compañeros.
Las diferentes alternativas que plantean cada vez que deben resolver un problema son una manera perfecta de definir los tres tipos de personalidad tan distintas que poseen. Al final nos damos cuenta de que todos experimentamos estas situaciones de una forma u otra, sin importar nuestra forma de ser, actitud ante la vida y demás factores. Puesto que el ser humano es experto en conformar una serie de corazas a su alrededor que en ocasiones no son solamente propias del chico solitario o cínico, o de la chica más alegre y simpática del lugar, todos tenemos miedo a ser expuestos, a ser rechazados.





De hecho, a pesar de lo negativo que puede llegar a resultar el mensaje en ocasiones, funciona a la perfección como contrapunto a otros momentos de felicidad. Así se consigue dotar a los personajes de un desarrollo y un contexto verdaderamente formidables, logran que sean realistas y profundos. Sin embargo, la grandeza de Oregairu no reside tan solo en este planteamiento, sino que además se atreve a ir un paso más allá en la manera de abarcar un tema tan difícil como el que hemos expuesto. Poco a poco va desbaratando todo el entresijo de hilos que han creado el miedo, el rechazo y la soledad en cada uno de ellos. De hecho, lo realiza de una manera tan realista y natural que incluso llega a asustar la maestría y la sutileza con la que lo va haciendo capítulo a capítulo, demostrando que en ocasiones llega a ser más que un anime cualquiera.
Esos hilos que nos sujetan en nuestro día a día, que nos impiden alcanzar la felicidad y acabar con nuestros temores, son rotos por nuestros protagonistas sin que apenas nos podamos dar cuenta, tal y como sería en la vida real. La obra no busca presentar al espectador de una forma directa y evidente cómo están superando las adversidades, sino que tenemos que centrarnos en los matices, ya que estos acaban siendo los verdaderos protagonistas de los acontecimientos.
Teniendo cantidad de escenas que dejan al espectador en fuera de juego a cada momento que se sucede. De esta manera se consigue lograr tal grado de empatía, que ese mismo miedo o posibilidad de rechazo parece que lo estemos sintiendo nosotros en nuestra propia piel. Empezamos a ver que los temas que tratan quizás no se alejan tanto de nuestro día a día como pensábamos en un principio.
Con todo esto encima de la mesa es donde llegamos al punto donde trasciende más allá de la pantalla. Oregairu no se esconde al decir que vivimos en una sociedad en la que luchamos constantemente por intentar ser aceptados, siempre con el miedo a estar solos y no poder tener a ninguna persona con la que verdaderamente podamos ser nosotros mismos. Por eso se esfuerza sobre todo en la segunda temporada en expandir al máximo el elenco de personajes, para que seamos capaces de vernos reflejados y encontrarnos a nosotros mismos en alguno de ellos con el propósito de aprender de sus errores, pero, ante todo, de sus aciertos, de esos que consigan librarnos de nuestras cadenas y alcanzar la felicidad.

Al final del viaje son muchos los que empiezan a reflexionar sobre varios aspectos que trata la obra y que venimos comentando. ¿Es posible vivir en un mundo en el que no seamos rechazados, en el que no podamos sentir dolor alguno por parte de los demás? ¿Tenemos el valor necesario para poder expresar todo lo que sentimos a las personas que nos quieren?
Estas preguntas son las que el anime expone para todas esas personas que buscan respuesta con el único objetivo de librarse de una vez por todas de sus miedos, de sus inseguridades, de todo aquello que les impide ser felices con ellos mismos.
Así pues, podemos extraer una importante moraleja, y es que seguramente es necesario experimentar el miedo, el rechazo o la soledad para darte cuenta de tus verdaderos sentimientos y ser consciente de la gente que está a tu alrededor. Solamente así podremos conseguir una experiencia a la que podamos catalogar como algo genuino.

¡Esperamos que os haya gustado este post sobre uno de los regresos más esperados del año! Como siempre, no olvidéis estar pendientes de nuestra web y redes sociales para estar al corriente de los animes de esta temporada de verano de 2020. ¡Hoy nos despedimos hasta la próxima ocasión! Esperamos volver a encontrarnos en el camino con el gran desenlace de Oregairu. ¡Contened los nervios y haced vuestras apuestas sobre el final de esta entrañable historia!
[…] Oregairu: reflejo de la sociedad ficticia en la que vivimos […]
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